sábado, 6 de julio de 2013

New Orleans (Capitulo 8)

1972-1973

Estados Unidos es un país maravilloso. Siempre será el país ideal, de los héroes de películas, de vida fácil, pero muy aburrida. Aunque la verdad sea dicha, preferible aburrida –y ese es un pensamiento de 2013-, que insegura, inestable e impredecible, como la de Caracas.

Hasta 1972, había estado solamente en Miami, creo que en 1968, cuando me llevaron mis tíos José Ricardo y Olga, con todos mis primos, a una casa hermosa en una isla de la ciudad donde hoy creo tienen casa los artistas como Madonna y Julio Iglesias. Fueron unas vacaciones muy sabrosas y recuerdo haber comprado un neceser Samsonite y un vestido bello en Sears. Hasta 1972, luego de mi salida del Peñón, mi rompimiento con Perucho y toda la tristeza del mundo, me enrolaron en el pelotón que cada ano la familia Conaway Díaz, se llevaba por uno a varias estudiantes, para aprender ingles.

Llegué a la casa de la Negra Conaway, 210 Rhodes Avenue, en Gretna. Quién diría que años después esa hermosísima ciudad sería arrasada del mapa por un huracán. Katrina. Allí convivimos Maria Eugenia Otero, Anita Moser, Froilán Monteverde, Dora Feo, Nelly Carvallo, Kenneth e Ingrid Conaway y Joe y La Negra. Corina mi prima no aguantó tres meses. Tampoco Dora.

Las grandes eran Nelly (Corina y Dora por unos meses) y Maria Eugenia. Luego Kenneth, Ingrid y yo eramos los del nivel medio y luego Anita y Froilan, los mas chiquitos.

Las grandes iban a Delgado College, Ingrid y yo a un colegio de monjas muy exclusivo.

No la pasé nada bien. Si no hubiera sido por los disparates, las locuras y el humor de María Eugenia no lo hubiera resistido. Lo primero que compré fue un “picó” (tocadiscos), donde ponía el disco de Armando Manzanero una y otra vez para poder llorar a moco tendido mi pena de amor. Una tristeza total me invadió todos y cada uno de los días que pasé allá.
Ni las salidas a Bourbon Street, ni el paseo en carro hasta Orlando para la inauguración de Disney World, ni las salidas a pescar cangrejo, ni el Mardi Gras, ni la visita de mi mamá y Carmen Cristina en Semana Santa, lograron apartar de mí el deseo, desesperación, por regresarme a Caracas. Esto sucedió un mes antes de lo previsto, antes de terminar absolutamente desquiciada. La única que lamentó mi partida fue Maria Eugenia, pero libró por todos porque lloró como María Magdalena. Me hizo despedirme hasta de la cama. Desde entonces, con sus altos y bajos, ella ha estado ahí siendo mi amiga. Y La Negra, quien entonces no me manifestaba especial atención, ni mucho menos afecto, fue quien tejió el primer saquito y par de escarpines que vistió mi hijo Andrés Elías, 16 años después. La quiero mucho, ella es una gran mujer. Cada momento de la vida tiene una razón y un por qué, se los agradezco aunque no crea que fueron los mejores.

El colegio era Archbishop Blenk Highschool. Aunque parezca increíble, sentí la discriminación racial en carne propia. Una ciudad que no recuperaba las heridas del pasado se vengaba de la historia. Pocas amigas, todas latinas. Mucha tristeza. Recuerdo en los recreos sentarme a llorar bajo un árbol después que una de las monjas se burlaba constantemente de mis fallas en la clase de costura.

Sin pena ni gloria. Ese lugar no significó nada para mí. En ese momento. Hoy sé que aprendí. Siempre se aprende. Todos los días y de cualquier cosa.

Quizás uno de los recuerdos más grandiosos que tengo de mi estada allá fue cuando Pablo y Olguita Moser fueron a visitar a Anita, su hija. Un día, Pablo, con su gran sencillez nos invitó a almorzar. Salimos todas corriendo porque esas invitaciones eran por demás escasas y máximo a merendar doughnuts (como se llaman originalmente las donas). Hasta en zapatos de goma nos fuimos. Cual no sería nuestra sorpresa cuando llegamos justamente a Antoine’s, el restaurante más famoso y lujoso del sur. Por primera vez probé el vichisoisse, (ni siquiera sé si se escribe así) y casi no nos dejan entrar a lo que el señor Moser, impuso su deseo al maître quien no pudo oponerse a nuestra presencia. En ese momento deseé que mis padres se parecieran a los Moser, una pareja ejemplar. Siguen casados y tuve la fortuna de verlos nuevamente en 2009, cuando también me reencontré con Anita, después de 30 años. Mi roomie, que belleza tenerla otra vez.

El Show de Sonny and Cher, los tostitos y los Milky Ways eran mandatorios durante ese año. Igualmente los bailes y las rochelas jugando pool. Mi viaje a Fairfield, Iowa, a visitar a Kim, esa gringa cheverísima que conocí en unas vacaciones a Caracas con Morella Delgado. Don Mc Lean y American Pie, Nunca llueve al Sur de California, You’ve got a friend, You’re so vain,Todo el mundo juega al Tonto, entre mis canciones favoritas.
 
Maria Eugenia
Aprendí a hablar inglés, leyendo Lo que el Viento se Llevó, trascribiendo las canciones de Los Beatles y viendo mucha televisión, más que mis estudios en Archbishop Blenk High School. Mi primer gran concierto, Elton John en Baton Rouge, America en Tulane University, Blood, Sweat and Tears y los baños en el lago Ponchertrain. Navegar para pescar cangrejos, montar bicicleta, pero lo que más me gustaba era esperar al cartero y recibir miles de cartas de mis amigos. Hubo días que recibía hasta 8 cartas.

Ojalá New Orleáns pueda volver a ser quizás, lo que una vez fue. El regreso, aunque deseado, no fue tan feliz. Encontré a mis amigos cambiados, algunos bajo el encanto de las drogas. Perucho empatado ya con dos de mis amigas y muy extraño conmigo. El paso de la adolescencia dejaba venir ya a un lote de adultos cuyos intereses y motivaciones distaban mucho de parecerse a Playa Azul y a las reuniones en casa de las Laffee.


Volví en mayo de 1973 para seguir estudiando el idioma en un instituto hasta las vacaciones y luego comenzar en el Centro Docente Católico, mis dos últimos anos de bachillerato.

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