1972-1973
Estados Unidos es un
país maravilloso. Siempre será el país ideal, de los héroes de películas, de
vida fácil, pero muy aburrida. Aunque la verdad sea dicha, preferible aburrida –y
ese es un pensamiento de 2013-, que insegura, inestable e impredecible, como la
de Caracas.
Hasta 1972, había estado
solamente en Miami, creo que en 1968, cuando me llevaron mis tíos José Ricardo
y Olga, con todos mis primos, a una casa hermosa en una isla de la ciudad donde
hoy creo tienen casa los artistas como Madonna y Julio Iglesias. Fueron unas
vacaciones muy sabrosas y recuerdo haber comprado un neceser Samsonite y un
vestido bello en Sears. Hasta 1972, luego de mi salida del Peñón, mi
rompimiento con Perucho y toda la tristeza del mundo, me enrolaron en el pelotón
que cada ano la familia Conaway Díaz, se llevaba por uno a varias estudiantes,
para aprender ingles.
Llegué a la casa de la
Negra Conaway, 210 Rhodes Avenue, en Gretna. Quién diría que años después esa
hermosísima ciudad sería arrasada del mapa por un huracán. Katrina. Allí
convivimos Maria Eugenia Otero, Anita Moser, Froilán Monteverde, Dora Feo, Nelly Carvallo, Kenneth e Ingrid Conaway y
Joe y La Negra. Corina mi prima no aguantó tres meses. Tampoco Dora.
Las grandes eran Nelly
(Corina y Dora por unos meses) y Maria Eugenia. Luego Kenneth, Ingrid y yo
eramos los del nivel medio y luego Anita y Froilan, los mas chiquitos.
Las grandes iban a
Delgado College, Ingrid y yo a un colegio de monjas muy exclusivo.
No la pasé nada bien. Si
no hubiera sido por los disparates, las locuras y el humor de María Eugenia no
lo hubiera resistido. Lo primero que compré fue un “picó” (tocadiscos), donde
ponía el disco de Armando Manzanero una y otra vez para poder llorar a moco
tendido mi pena de amor. Una tristeza total me invadió todos y cada uno de los
días que pasé allá.
Ni las salidas a Bourbon
Street, ni el paseo en carro hasta Orlando para la inauguración de Disney
World, ni las salidas a pescar cangrejo, ni el Mardi Gras, ni la visita de mi
mamá y Carmen Cristina en Semana Santa, lograron apartar de mí el deseo, desesperación,
por regresarme a Caracas. Esto sucedió un mes antes de lo previsto, antes de
terminar absolutamente desquiciada. La única que lamentó mi partida fue Maria
Eugenia, pero libró por todos porque lloró como María Magdalena. Me hizo
despedirme hasta de la cama. Desde entonces, con sus altos y bajos, ella ha
estado ahí siendo mi amiga. Y La Negra, quien entonces no me manifestaba
especial atención, ni mucho menos afecto, fue quien tejió el primer saquito y
par de escarpines que vistió mi hijo Andrés Elías, 16 años después. La quiero
mucho, ella es una gran mujer. Cada momento de la vida tiene una razón y un por
qué, se los agradezco aunque no crea que fueron los mejores.
El colegio era Archbishop
Blenk Highschool. Aunque parezca increíble, sentí la discriminación racial en
carne propia. Una ciudad que no recuperaba las heridas del pasado se vengaba de
la historia. Pocas amigas, todas latinas. Mucha tristeza. Recuerdo en los
recreos sentarme a llorar bajo un árbol después que una de las monjas se
burlaba constantemente de mis fallas en la clase de costura.
Sin pena ni gloria. Ese
lugar no significó nada para mí. En ese momento. Hoy sé que aprendí. Siempre se
aprende. Todos los días y de cualquier cosa.
Quizás uno de los
recuerdos más grandiosos que tengo de mi estada allá fue cuando Pablo y Olguita
Moser fueron a visitar a Anita, su hija. Un día, Pablo, con su gran sencillez
nos invitó a almorzar. Salimos todas corriendo porque esas invitaciones eran
por demás escasas y máximo a merendar doughnuts (como se llaman originalmente
las donas). Hasta en zapatos de goma nos fuimos. Cual no sería nuestra sorpresa
cuando llegamos justamente a Antoine’s, el restaurante más famoso y lujoso del
sur. Por primera vez probé el vichisoisse, (ni siquiera sé si se escribe así) y
casi no nos dejan entrar a lo que el señor Moser, impuso su deseo al maître
quien no pudo oponerse a nuestra presencia. En ese momento deseé que mis padres
se parecieran a los Moser, una pareja ejemplar. Siguen casados y tuve la
fortuna de verlos nuevamente en 2009, cuando también me reencontré con Anita,
después de 30 años. Mi roomie, que belleza tenerla otra vez.
El Show de Sonny and
Cher, los tostitos y los Milky Ways eran mandatorios durante ese año.
Igualmente los bailes y las rochelas jugando pool. Mi viaje a Fairfield, Iowa,
a visitar a Kim, esa gringa cheverísima que conocí en unas vacaciones a Caracas
con Morella Delgado. Don Mc Lean y American Pie, Nunca llueve al Sur de
California, You’ve got a friend, You’re so vain,Todo el mundo juega al Tonto,
entre mis canciones favoritas.
Aprendí a hablar inglés,
leyendo Lo que el Viento se Llevó, trascribiendo las canciones de Los Beatles y
viendo mucha televisión, más que mis estudios en Archbishop Blenk High School.
Mi primer gran concierto, Elton John en Baton Rouge, America en Tulane
University, Blood, Sweat and Tears y los baños en el lago Ponchertrain. Navegar
para pescar cangrejos, montar bicicleta, pero lo que más me gustaba era esperar
al cartero y recibir miles de cartas de mis amigos. Hubo días que recibía hasta
8 cartas.
Ojalá New Orleáns pueda
volver a ser quizás, lo que una vez fue. El regreso, aunque deseado, no fue tan
feliz. Encontré a mis amigos cambiados, algunos bajo el encanto de las drogas.
Perucho empatado ya con dos de mis amigas y muy extraño conmigo. El paso de la
adolescencia dejaba venir ya a un lote de adultos cuyos intereses y
motivaciones distaban mucho de parecerse a Playa Azul y a las reuniones en casa
de las Laffee.
Volví en mayo de 1973
para seguir estudiando el idioma en un instituto hasta las vacaciones y luego
comenzar en el Centro Docente Católico, mis dos últimos anos de bachillerato.
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