viernes, 26 de julio de 2013

De los 20 a los 25: Universidad y empezar a trabajar

En 1975, octubre, comencé a estudiar en la Universidad Católica. Estaba eufórica de hacerlo. Mi dedicación en la carrera fue absoluta y total. Estudiaba muchísimo y además, nos mandaban a hacer muchos trabajos prácticos, cosa que me encantaba. Entendí que lo mío es aprender realizando actividades, más que en un libro, aunque también leía y escribía mucho.

Tuve profesores maravillosos. Manuel Pérez Vila, Carmen Cecilia Mayz, Marcos Reyes Andrade, Antonio Olivieri, Horacio Martínez, Virginia Aponte, son los que me vienen a la mente ahora. Profesionales, escritores, periodistas, etc., todos de altísimo calibre, exigentes y muy preparados.
Siempre me acuerdo con mucha impresión como Carmen Cecilia, los primeros días de clase me pregunto, al saber que mi segundo apellido es Esclusa, “tu eres algo de Pedro Elías Mendoza Esclusa?”. Me quede helada y al decirle que si, me dijo “fue mi alumno en el colegio San Ignacio”.
La universidad fue un mundo nuevo para mí. La pasaba buenísimo y me encantaba ir hasta allá todos los días. Al principio estudiaba en el horario diurno, de 2 a 6, pero a partir de tercer año, me cambie al horario nocturno de 6 a 10 de la noche porque comencé a trabajar tiempo completo. Ya tenía 22 años y había trabajado medio tiempo con anterioridad y ya era hora de comenzar a hacerlo jornada completa. Así que a partir de los 23 años trabajaba de 8 a 5 y del trabajo, J. Walter Thompson, una publicidad, me iba a la universidad hasta la noche.

En segundo ano ocurrieron dos cosas importantes. La primera fue que María Eugenia González me inscribió –sin yo saberlo- en un concurso de belleza “El rostro más bello”, que organizaba la tienda Sears junto a Revlon. Para hacer este cuento corto, me lo gane, entre 30 muchachas. Una de las personas del jurado era Marzia Piazza, quien represento a Venezuela en un Miss Mundo. Bella, una mujer bellísima! La motivación de participar era el premio: dos pasajes a Europa, mil bolívares y un juego de maletas. Y a pesar de no sentirme bonita, pues gane.

El premio que me valió mi segundo viaje a Europa. En esa oportunidad fuimos a Paris, Lisboa, Madrid y Londres, María Eugenia, Jenny y yo. En Londres estuvimos en la casa de Eduardo y Carmen que estaban viviendo allá por un tiempo.
 
Andreina y yo cuando decidió suspender su matrimonio y tenia que usar al fotógrafo.

Entrar a la Universidad Católica Andrés Bello fue todo un triunfo para mí. Años después descubrí que todos esos éxitos que lograba en el camino buscaban ulteriormente, obtener el amor y la aprobación de mi mamá… La experiencia universitaria es única e invalorable. Allí no se va para aprender una materia sino para vivir y obtener mundología, lo que al final de todo cuenta para sobrevivir en el mundo real y verdadero. Allí aprendí a que la vida hay que merecerla con el esfuerzo, la dedicación y el estudio. Cinco años maravillosos de prácticas, teatro, exámenes, videos, películas, con un solo episodio que destruyó mi alma y mi corazón: un accidente de moto terminó con la vida de mi único hermano, Pedro Elías.

El segundo evento no fue para nada feliz ni afortunado. Al regreso de mi viaje a Europa con Jenny y María Eugenia, Pedro Elías decidió ya no utilizar más mi carro para ir a la universidad. Esa mañana del 22 de septiembre prendió la moto y salió de la casa. Varias veces me pareció que era un vehículo demasiado grande para poderlo dominar. Una vez sentí un golpe y al asomarme por la ventana, vi a Pedro levantarse del suelo con la moto. De paso, la moto estaba a nombre de su jefe porque ni siquiera la guardaba en la casa ya que mi papá le tenía prohibido andar en moto. Incluso, para que matara la fiebre, le había comprado una moto de cross, para que descargara en el cerro, pero que nunca lo hiciera en calle y menos en Caracas.

Pedro era muy ingenuo y confiado. Así era para todo. Cuando estudiaba con los amigos, los convencía para interrumpir para una partidita de dominó, que siempre ganaba y al día siguiente, raspaban a los otros mientras él pasaba. Nunca creyó que le pasaría algo en la moto, pero se equivocó.

El 22 de septiembre de 1976, a las 10:30 de la mañana se cayó frente al Country Club y murió en el mismo instante. Cuando nos enteramos el mundo se paralizó. Yo no comprendía nada. Esos momentos fueron de desespero, incredulidad, dolor, asombro, rabia y mil sensaciones absolutamente devastadoras. No quiero ahondar mucho en detalles. Solo quiero recordar a Pedro Elías en este recuento como mi hermano precioso y adorado. Inteligente y bondadoso. Cariñoso, bueno, alegre y tímido. Con una sonrisa hermosa y sus labios torcidos. Paciente, tranquilo, amoroso. Sólo tres meses le faltaban para graduarse de Ingeniero Mecánico en la USB. Así de repente, sin despedirse se fue para siempre. Para mis padres fue una herida mortal. Esto no puede superarse nunca. La muerte de un hijo es el episodio más doloroso del alma. Escuchar a mi papá llorar pidiendo la muerte para él mismo, ver a mi mamá tragarse las lágrimas porque tenía cinco hijas más que atender, son de los recuerdos más dolorosos de mi vida. Tanto como haber tenido que vivir el resto de mi vida observándolos destruirse y acabarse, haciendo de tripas corazón, porque la vida continúa y no podemos detenernos ante las eventualidades, malas o buenas, que Dios nos pone en el camino. Pero Dios, grande y omnipotente como es, me lo regaló en carne y hueso en mi hijo Andrés Elías, quien me lo recuerda siempre por su parecido con Pedro Elías. En su carácter y físicamente, aunque mi familia no lo ve, mis amigos sí. Y los de Pedro también. ¿Puede Dios ser más grande?

En JWT conocí a Belinda. Fue mi mejor amiga durante muchos anos. Con ella la amistad fue algo totalmente diferente a todo lo que conocí antes en mi vida. Belinda era incondicional y todo lo compartía  De esas personas que cuando quiere a alguien hace lo que sea, literalmente , por esa amiga. Y así fue conmigo. Siempre especial. Muy divertida y solidaria.

Los compañeros de universidad fueron de diversas categorías: las famosas actrices como Corina Azopardo y Carlota Sosa. De teatro, Inés Muñoz y Aminta de Lara. Cineastas como Mónica Henríquez y John Petrizelli. Famosos como Milagros De Armas, Eladio Larez, Delia Dorta. Conocí entonces también a Inés Pacheco, mi comadre. Madrina de mi segundo hijo. Hoy ya lejana y distante.

Comenzaba la furia por el MAS, Movimiento al Socialismo como una alternativa política para el país ya medio cansado de AD y COPEI. Mucha gente de Buena posición social profeso su simpatía por esta tendencia que llego casi a ser una posibilidad real con José Vicente Rangel, Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff. Nunca tuve inclinaciones izquierdistas, jamás. En eso siempre he sido vertical. Nada que me acerque a ese otro lado del puente. Estoy clarísima en eso y como mi papa, soy radical.

Trabaje junto a las más famosas en “La Casa de Bernarda Alba”. La obra batió records en teatro de la universidad. Mis padres fueron a verme con Anabella que era una pichurra, al teatro de la UCAB. Para mí fue un honor porque ellos nunca fueron a ver mis actos en el colegio, así que esto fue un éxito. Me alegro mucho que fueran.

Me gradué en octubre de 1980. Estuve a punto de desistir de mi viaje a estudiar a Los Ángeles por haberme empatado con un imbécil, Néstor Mena, que me rompió el corazón. Fue un trauma horrible. Me afecto muchísimo, pero como toda pena de amor, paso.
Mis amigos mas cercanos? Gisela Carrillo, el Negro Sosa, el gordo Carbonell, Ines Pacheco, Ines Munoz, Osmelia Diaz Granados, Celia Perez, Sebastian de la Nuez, Evelyn Pacheco, Asuncion Cabezas, John Petrizelli, Ricardo Acosta, Carlota Sosa, Maru Lairet y Lupe Tejera.
 
Octubre 1980. UCAB. Licenciada en Comunicación Social.
De un día para otro, hice maletas y arranque sin saber ni a donde iba a llegar, ni donde iba a estudiar, ni cómo iba a pagar esos estudios.

Unos meses antes de mi graduación, mi mamá le quito la careta a mi papá y lo descubrió in fraganti, regresando de Margarita con una señora que no debía estar allí y en ese momento se declaro oficial la ruptura entre ambos.

Mi papá tenía una cita con un medico en Boston por su problema de artritis y entonces fui yo quien lo acompañó por estar sin compromisos en ese momento. Fue un viaje muy fuerte. Mi papa estaba mal, muy enfermo, apenado por lo que había pasado, adolorido, inquieto e impaciente, de mal humor y con mucha ansiedad. Impaciente. Tenía dificultades para caminar, para usar sus manos para vestirse, desvestirse, comer. Sin embargo, fumaba muchísimo, veía televisión y en las noches, se sentaba en las sillas de la habitación del cuarto a llorar. Entiendo que el doctor que lo iba a ver era un genio de la lámpara, pero la época no fue para nada oportuna. Era noviembre y el frio en Boston era mortal, brutal y lo estaba, literalmente, matando. Yo no sabía qué hacer, no sé como sobrevivimos esos días. Vimos a los Morreo, salimos algunas veces, pero siendo Thanksgiving, las calles estaban vacías y no había gente en las calles. Mi papá no se explicaba aquella soledad. Nos costó conseguir hasta donde ir a comer.
Finalmente lo vio el doctor. Yo ofrecí a Dios donar sangre (le tengo terror al dolor y a las agujas) si salía bien y si le decían que iba a superar esa crisis que tenia. Así fue. Doné sangre en el mismo hospital Saint Helen, en esos días. Para mí fue muy fuerte. No sabía cómo manejar esa situación, no sabía qué hacer, me sentía impotente, inútil y no supe, de verdad creo que no supe ser mejor hija en ese momento. Me paralizaba cuando lo escuchaba llorar. Lo recuerdo vívidamente, noches interminables de tanto llorar. El frío helaba hasta los huesos. La sangre. El amor propio. La compasión.


Pedro Elías era un ser noble, paciente, callado, cariñoso. Su único defecto era dejarse su pelo lisito largo, era lo único que mi papá le reprochaba. Jamás se enganchaba en una discusión. Dejaba que las cosas pasaran sin intervenir. Desde pequeños compartimos casi todo porque me llevaba dos años, y Carmen era la mayor así que nosotros dormíamos juntos, nos bañaban juntos, cosa que odiaba especialmente cuando empecé a crecer, jugábamos juntos mientras no aparecieran otros varones. Con él aprendí a jugar perinola, metras, y todos esos juegos de varones. Casi no jugué muñecas porque las cambié por treparme a los árboles y correr con la ere y paz y guerra. Siempre fui la madrina de su curso en el colegio San Ignacio. Elección de última hora cuando no conseguían una mejor candidata. Nunca gané el premio. Siempre como último recurso. Con él aprendí a montar bicicleta y sufrimos un accidente horrible que nos trajo además del golpe, un regaño y castigo de pronóstico reservado. Pedro siempre estaba lleno de paz y tranquilidad. No lo recuerdo bravo, ni siquiera molesto. Era brillante! Excelente estudiante y mejor amigo. No fumaba, no comía hielo para cuidar sus dientes, no criticaba ni juzgaba y le gustaba la idea del socialismo. Viajó a Cuba por ejemplo, a donde yo no he querido ir y leía sobre el Ché Guevara y demás autores similares. Jugaba ajedrez muy bien y concursaba a veces.

Yo lo acompañaba a comprar ropa, lo asesoraba… Lo chaperonée varias veces para que pudiera salir con su novia Jacqueline Curiel. Sabía de todo y eso que no existía Internet. Siempre estaba allí para ayudarme en todo, responderme las dudas y aclararme temas para mí, complicados.

El 22 de septiembre, día en que cumplía años uno de sus primos más queridos Andrés Eduardo Sosa y su prima Josefina Nieto, Pedro Elías se nos fue dejando un vacío irremplazable. Estaba a tres meses de graduarse de ingeniero mecánico en la USB, casi un hombre al que aún a sus 23 años se acostaba abrazado de mi papá a ver televisión. Ese día mis padres se murieron también. Nunca más la familia fue la misma. Por el contrario, ese día comenzó el declive total de los Mendoza Esclusa como familia. Una estructura que lejos de unificarse comenzó a destruirse en pedazos. Dios te bendiga hermano, donde quiera que estés. No hay día de mi vida en que un pensamiento sobre ti asalte mi alma y mi recuerdo y le agradezco más a Dios por Andrés que te trae todos los días a mi vida. Con su carácter que es el tuyo, con tus maneras que son especiales, con su inteligencia que te robó. Con algo en su físico que te pertenece y es eso, la memoria, ese toque sobrenatural que no se entiende pero que vive, vibra.

Poco es esto que escribo algo que pueda retribuir tu memoria. Sólo el amor que te seguimos teniendo, tu mamá y tus hermanas mantiene viva esa llama que eres Pedro Elías. Mi hermano adorado siempre.


Y como Dios existe, en diciembre de 2009 me reencontré con Eduardo Rivodó, tu hermano, tu pana. Está bello. Fue verlo y llorar mucho pensando en ti. Todavía te extraña y nunca se acostumbró a que no estés. 

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