jueves, 18 de octubre de 2012

Violencia doméstica: dificultad para trasmitir la agresividad civilizadamente


Desde el punto de vista feminista, la violencia masculina se percibe como un mecanismo de control social que mantiene la subordinación de las mujeres respecto de los hombres. La violencia contra las mujeres se deriva de un sistema social cuyos valores y representaciones asignan a la mujer el estatus de sujeto dominado.
Maryse Jaspard.

Teresa llego a su casa después de ir a la guardería y buscar a su hijo, llego y se reunió con otros compañeros de la universidad para estudiar Bioquímica, el examen era al día siguiente. A las 11 de la noche su esposo regreso del “colmado” donde estaba bebiendo con sus amigos, al entrar no le gusto verla tan acompañada y, sin mediar palabra, delante de su hijo y amigos, le golpeó hasta hacerla llorar.
M i hijo regreso a casa pálido, asombrado y muy perturbado. Me contó que se había quedado como congelado ante aquel espectaculo. “Quería entrarle a golpes mama” me dijo. “Pero mis amigos no me permitieron hacerlo”.
Tuve una larga conversación con mi hijo, en primer lugar para tranquilizarlo. Se sentía impotente por lo que vio, por no poder hacer nada y por haber tenido esa experiencia.
La violencia domestica no es solamente un mal que padecen las dominicanas. La existencia de este tipo de crimen indica un retraso cultural en cuanto a la presencia de los valores como la consideración, tolerancia, empatía y el respeto por las demás personas, independientemente de su sexo. El maltrato doméstico incluye a las agresiones físicas, psicológicas o sexuales llevadas a cabo en el hogar por parte de un familiar que hacen vulnerable la libertad de otra persona y que causan daño físico o psicológico.
No fue hasta 1960, cuando se reconoció que la violencia y el maltrato en el ámbito familiar eran un problema social. Anteriormente, la violencia contra la mujer se consideraba como algo anormal y se le atribuía a personas con trastornos psicopatológicos o problemas mentales.
El psicoanálisis explica que todo ser humano existen desde la infancia tendencias y impulsos agresivos que deben ser liberados. Esto sostiene que la agresividad y violencia no son exclusivas de personas jóvenes o adultas, clase social alta o baja, familia con cultura determinada y educación. Enseñan que la violencia doméstica muestra dificultad para trasmitir la agresividad de una forma civilizada. Los psicoanalíticos han mostrado que en la infancia las personas experimentan placer cuando liberan su agresividad, pero con el curso del desarrollo la educación recibida en casa y el colegio hace que agresión se impide la satisfacción de agresividad por medio del castigo.
El síndrome de la abuela esclava es otra forma de maltrato frecuente en el siglo XXI, descrito sobre todo en países hispanoamericanos, que afecta a mujeres adultas con gran carga familiar, voluntariamente aceptada durante muchos años, pero que al avanzar la edad se torna excesiva. Si la mujer no expresa claramente su agotamiento (o lo oculta), y sus hijos no lo aprecian y le ponen remedio, la sobrecarga inadecuada provoca o agrava diversas enfermedades comunes: hipertensión arterial, diabetes, cefaleas, depresión, ansiedad y artritis. Estas manifestaciones no curan adecuadamente si no se reduce apropiadamente la sobrecarga excesiva. Ocasionalmente puede provocar suicidios, activos o pasivos
Recientemente, y regularmente, decenas de mujeres vestidas de novia marchan para repudiar la violencia doméstica en Santo Domingo, República Dominicana, y otros países del mundo. En la isla del Caribe se estima que se han registrado al menos 150 casos de feminicidios durante 2012.
Tomamos este extracto de Reinaldo Hidalgo Lopez, de El Universal:
Muchos han sido los rostros de la violencia doméstica tratados por científicos, políticos, legisladores y activistas, pero ninguno ha sido tan fructífero, especialmente en el campo de las políticas públicas, como la violencia contra la mujer. La denuncia de la mujer maltratada hizo posible la entrada del Estado al seno del hogar de una manera más sensible y profunda, para comenzar a tocar las bases que cimentaban la supervivencia de un modelo de relaciones agónico. Esta entrada permitió poner al descubierto graves problemas de abuso infantil y de maltrato a los ancianos, entre otros. Sin embargo, sigue siendo la violencia contra la mujer la protagonista del más severo enfoque del problema.
En Venezuela, la promulgación de la Ley Sobre la Violencia Contra la Mujer y la Familia en 1998 representó el primer paso firme en esa dirección. Fueron muchas las críticas que se hicieron a esta norma, como la ausencia de un esquema sancionatorio lo suficientemente severo. Las restricciones impuestas a la intervención del Estado fueron calificadas como debilidades de una ley que seguía dejando en el más absoluto desamparo a las víctimas.
En 2007 entró en vigencia una norma que adopta la tendencia reciente en materia de atención al maltrato a la mujer: separarlo de la violencia familiar para abordar el problema desde una perspectiva de género. La norma se concentra en la tipificación y sanción de conductas que constituyen maltrato a la mujer en diferentes ámbitos de la vida. El problema es que dejó en el más crudo desamparo al resto de los miembros del grupo familiar, quienes aún hoy esperan por un marco legal que proteja y tutele sus intereses frente al abuso y el maltrato de quienes viven con ellos bajo el mismo techo: hijos, abuelos y, en ocasiones, los propios maridos.
La Ley Sobre el Derecho de la Mujer a una Vida Libre de Violencia del 2007 constituyó un salto cualitativo de gran importancia en las políticas de atención a la mujer. Sin embargo, el desamparo en el que quedaron los otros miembros del hogar nos coloca en la cola de los países más endeudados en la materia. Urge llenar este vacío con una legislación, no necesariamente punitiva, sino garantista, protectora y conciliadora de las relaciones familiares, que fomente el respeto y el desarrollo personal dentro de ese espacio que, sin duda, sigue siendo privilegiado para el crecimiento del ser humano: el hogar.
María Elena Mendoza E.

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